O un canto por el diferente. O la tragedia de ser y sentirse discriminado.
La película, protagonizada por un chico deforme, es un bello canto por la tolerancia y la necesidad de sentirnos aceptados, cualidad que configura al humano como ser social. Puede parecer descabellada idea, pero creo que lanza un mensaje muy positivo.
John Merrick, físicamente, es un mal esbozo de anatomía humana; mentalmente, un ser sensible, delicado y cumplidor, agradecido. Su desgraciada vida transcurre en un circo de freaks, en el que es el plato fuerte y controvertido, maltratado por su dueño y aquejado de enfermedades. Ahí es donde fue descubierto por el doctor Treves.
Fascinado, lo adopta e intenta que muestre signos de inteligencia, y sí, John tiene más luces de las que aparenta. La vida le sonríe, pero la sombra de la diferencia planea sobre él.
El blanco y negro es el ambiente idóneo para situar la Inglaterra Victoriana, los efectos especiales están muy conseguidos, y la belleza de las imágenes transmiten delicadeza y brutalidad, a una velocidad de 24 fotogramas por segundo. La crueldad es manifiesta por una maravillosa puesta en escena; la dulzura, por unas interpretaciones y diálogos que llegan al corazón.
No quisiera destriparos el final, pero he de decir que es más acertado de los que he visto, y que es todo tan delicado, sereno, a pesar de la trágica solución...
Pero no todo son rosas. Lynch no supo dar ritmo a la vuelta de John al circo, siendo tedioso y sólo un tránsito para la consecuencia, rodado con un poco de tedio.
Puntuación: ********
Con la ayuda de Crónica en la red.
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